Ayer nos tuvo en vilo el rescate de los mineros, la maravilla de poder ver lo que sucedía en la mina. El esfuerzo, las máquinas y el constante rezo de sus familiares y de todos los que hicimos propia la tragedia, hizo el milagro de sacar con vida a los 33 mineros.
Hubo más de un valiente, aquel que mantuvo unido el grupo en las profundidades de la mina, más allá de su propio miedo; aquellos que bajaron por ese diminuto receptáculo, por primera vez, llevados por la solidaridad y sin miedo a quedar en algún lugar de la perforación; aquellos que lo siguieron al primero, porque aún podía ser insegura la experiencia. Cada uno de los mineros en esos 70 días que debieron afrontar sus propios fantasmas (inseguridad, olvidos, lágrimas contenidas, angustia de no volver, etc); cada uno de los profesionales que tomaron el desafío de hacer algo seguro, cómodo, rápido con los elementos que podían obtener de la propia Nación o de otras solidarias que a la hora de colaborar, no escatimaron en mandar lo necesario para resolver esa situación gravísima. Los que tuvieron en sus manos la decisión de tomar las medidas y las acciones, desde el presidente hasta el último obrero o técnico que demostraron su gran humanidad al mundo que los observaba.
A veces estas muestras ayudan a los que observamos desde nuestro lugar, a creer que aún se puede, a sentir que lo más hermoso que tiene el ser humano es el desprendimiento de algunos intereses en pos de la nobleza del alma.
Nada nos llevamos de esta vida, ni los valores materiales que algunos acumulan, ni el dinero que día a día depositan en sus cuentas, en desmedro de los pobres y de los ingenuos que les creen. Solo los valores éticos que adornan a la persona hacen que alguien nos recuerde por lo bueno que hicimos. Trascender significa vivir en la memoria de la gente más allá de la estadística, más allá de la política, más allá de la apariencia, más allá de la riqueza que algunos usan para obtener lo que no pueden por sus propios medios.
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