Es bueno volver a leer algunos pasajes escritos cuando nos llevan a recrear el pasado, más cuando volvemos a pisar esos lugares donde el progreso hizo maravillas pero también se llevó lo pintoresco y natural del lugar. La civilización avanza, el hombre construye y destruye a la vez, y muchas veces cambia totalmente su habitab en busca de riquezas, que traerá como resultado la pérdida irremediable de los recursos necesarios para la vida. Nos asombramos de los vientos huracanados que aparecen incomprensiblemente en lugares que nunca se dieron, y nadie se pregunta cuanto de responsabilidad tienen, aquellos que talan indiscriminadamente sus selvas. Vemos que para aumentar sus áreas de cultivos, ya no dejan líneas de árboles que servían para cortar los vientos, son páramos infinitos. Donde hubo montes, hoy solo es una línea que por las noches cuando viajamos por las rutas nos impresionan. Nadie se plantea los perjuicios que acarrea cuando solo se piensa en los resultados económicos.
Hace algunos años escribí pasajes de mi infancia en forma de cuentos cortos, mis personajes fueron mi familia y mi peculiar ambiente: mi querida Concepción de la Sierras (Misiones), allí describí lo que mi memoria me permitio recordar y que hoy no está, según lo que pude apreciar en este viaje que hice en este 2010:
CUENTO: EL COUNTRY (fragmento)
“Los días de verano eran largos y calurosos, llegaba a una temperatura superior a los 42°C, nuestra diversión principal era hacer unos kilómetros e ir a bañarnos al “Country”, lugar donde un ojo de agua había surgido entre las rocas formando un estanque, en unas de las chacras cercanas al pueblo.
Mientras nos acercábamos al lugar, podíamos escuchar a lo lejos el sonido del agua cristalina que corría formando una laguna rodeada de arboleda y con rocas en sus costados. Se podía ver los pies entre las piedras mientras pequeños peces y negras anguilas se deslizaban suavemente con la corriente.
Entre grandes helechos, culantrillos y musgos se podía observar piedras de colores en su fondo, era tan bello el lugar que uno sentía que se reconciliaba con Dios ante tanta hermosura.
Recuerdo que para llegar al lugar se formaba una fila india porque el sendero era estrecho y sinuoso entre pastizales altos con un aroma especial a pasto seco y un miedo a las víboras que a la siesta salían a tomar sol arrolladas bajo uno de sus enredados montículos o debajo de una piedra, por ese motivo, siempre íbamos provistos de una vara larga que la usábamos para separar los pastos. Jamás lo hacíamos en silencio siempre nos acompañábamos con chistes, cantos o simplemente alguna conversación relativa a lo que haríamos cuando estuviéramos en el lugar.
Generalmente llegábamos cansados porque en la parte más baja estaba el pueblo y habíamos recorrido sin darnos cuenta, un terreno que se elevaba. Me parece ver esos caminitos ondulados y rojizos desde el pueblo, que se perdían en los montecitos a lo lejos. Concepción dado a su proximidad de las sierras del Imán parecía estar en un poso. Nunca olvidaré cuando me aleje del pueblo en 1961, la arboleda tupida pasaba raudamente a los costados y atrás quedaba un caminito que se empequeñecía mientras el camión que llevaba la mudanza daba vueltas y vueltas mientras subíamos por la pendiente hacia la Ruta, en aquellos tiempos de tierra. Seguramente hoy los caminos no serán como mi memoria los recuerda, el asfalto del progreso también llegó a mi pueblo si los mapas no mienten y sus símbolos cartográficos son verdaderos.”
“Los días de verano eran largos y calurosos, llegaba a una temperatura superior a los 42°C, nuestra diversión principal era hacer unos kilómetros e ir a bañarnos al “Country”, lugar donde un ojo de agua había surgido entre las rocas formando un estanque, en unas de las chacras cercanas al pueblo.
Mientras nos acercábamos al lugar, podíamos escuchar a lo lejos el sonido del agua cristalina que corría formando una laguna rodeada de arboleda y con rocas en sus costados. Se podía ver los pies entre las piedras mientras pequeños peces y negras anguilas se deslizaban suavemente con la corriente.
Entre grandes helechos, culantrillos y musgos se podía observar piedras de colores en su fondo, era tan bello el lugar que uno sentía que se reconciliaba con Dios ante tanta hermosura.
Recuerdo que para llegar al lugar se formaba una fila india porque el sendero era estrecho y sinuoso entre pastizales altos con un aroma especial a pasto seco y un miedo a las víboras que a la siesta salían a tomar sol arrolladas bajo uno de sus enredados montículos o debajo de una piedra, por ese motivo, siempre íbamos provistos de una vara larga que la usábamos para separar los pastos. Jamás lo hacíamos en silencio siempre nos acompañábamos con chistes, cantos o simplemente alguna conversación relativa a lo que haríamos cuando estuviéramos en el lugar.
Generalmente llegábamos cansados porque en la parte más baja estaba el pueblo y habíamos recorrido sin darnos cuenta, un terreno que se elevaba. Me parece ver esos caminitos ondulados y rojizos desde el pueblo, que se perdían en los montecitos a lo lejos. Concepción dado a su proximidad de las sierras del Imán parecía estar en un poso. Nunca olvidaré cuando me aleje del pueblo en 1961, la arboleda tupida pasaba raudamente a los costados y atrás quedaba un caminito que se empequeñecía mientras el camión que llevaba la mudanza daba vueltas y vueltas mientras subíamos por la pendiente hacia la Ruta, en aquellos tiempos de tierra. Seguramente hoy los caminos no serán como mi memoria los recuerda, el asfalto del progreso también llegó a mi pueblo si los mapas no mienten y sus símbolos cartográficos son verdaderos.”
MEM-2005
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