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sábado, 30 de abril de 2011

LA DEFORESTACION Y SUS PERDIDAS

Hace unos cuantos años atrás viajé por primera vez a San Luís (2003) y me enamoré de su paisaje, provisto de un monte nativo brillante, vivo. Aún conservaba los distintos verdes que dan las especies propias de la zona, alguien me dijo al pasar"...¡están contentos, Doñita!" y realmente a pesar de las sequías y de las lluvias esporádicas que se dan algunas veces en los faldeos de las sierras, la vegetación estaba preparada para mantener sus colores porque eran propias del lugar.
Hoy, se han incorporado nuevas especies que no son de la zona y, ante lo agreste del paisaje, ellas sufren el desarraigo. El seibo, por ejemplo, es una de las tantas que en las primeras heladas se va secando, porque es de la Mesopotamia donde la humedad , la temperatura y las lluvias la tienen contenta todo el año. En San Luis sus hojas caen, sus tallos mueren por las heladas y desaparecen por la nieve que algunas veces, cubre el hermoso Valle del Conlara.
El seibo es una de las tantas especies que ha sido trasladada por la hermosura de sus flores para adornar algún jardín, diagramado por alguien que no respetó los orígenes ni las necesidades de la planta. Otros "contra viento y ...! han continuado su expansión en la zona, sin pensar que nunca darán lo mejor de sí, porque no están en su zona de origen.
Para compartir aquellos días en que me incorporé como una más de las admiradoras del lugar acerco unos versos dedicados a Carpintería de San Luís, mi segundo hogar :
Fragmento de:

Carpintería de San Luís
................
Cuando llegué hace algunos años
me enamoré de sus espinillos,
de sus noches con los grillos,
de sus montes tan tupidos.
Ellos guardan los maullidos
de pumas buscando abrigo,
atemorizando a la gente
con inconfundibles sonidos.
Se distinguen los algarrobales
donde hacen guarida los animales,
y dan comida a raudales
con la caída de sus chauchales.
Los siete colores son
una parte del paisaje,
que quieren dejar mensaje
de lo hermoso que es su paraje.
..............
Los piquillines me hacen recordar
a Santiago y a mis padres,
que en aquella infancia lejana
comían sus frutos con ganas.
Pues Santiago es un calco
de sus montes y animales,
aunque más pobres sus andurriales.
Dice mi hermano menor,
de sus campos en Los Molles:
¡No hay nada como el olor
de la jarilla y el monte!
Como quisiera que mis padres
pudieran vernos desde allí,
desde donde nadie ha vuelto,
lo felices que nos vemos
por haber elegido lo nuestro.
¡Muy cerca de nuestros ancestros!
Dios sabe que la elección
es volver desde el corazón
a la naturaleza y a la emoción.
MEM- 2007 - "Poetas y Narradores 2008" de la Editorial de los Cuatro Vientos

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